“Aquí, literalmente, el más fuerte sobrevive; no son colectivistas como en Chile, hay que destacar”
El maipucino, que esta semana fue presentado como el nuevo fichaje de los Washington Football Team, se transformó en el primer chileno en llegar a la NFL. Un hito que se explica por su trabajo y persistencia. Cambió y lo apostó todo para lograr ser un profesional en una liga grande de EEUU: su deporte, su país y su cuerpo.
El 13 de abril, un hito se produjo en el deporte chileno. Por primera vez en la historia, un atleta nacional (198 centímetros de altura y 117 kilos de peso) fue confirmado en la liga de fútbol americano más importante del mundo. Los Washington Football Team anunciaron a primera hora de ese martes el desembarco de Sammis Reyes a la capital estadounidense, y en minutos su nombre se transformó en tendencia. Efervescencia que aún no termina y que lo tiene repartido entre entrevistas, entrenamientos y otras actividades.
Su vida cambió para siempre y lo asume con convicción. El camino para ser parte de la NFL no comenzó hace poco. El chileno de 25 años ha vivido un periplo largo para llegar a ser lo que es. Porque si algo demuestra su historia es que un deportista no solo se forma en la cancha, sino que es la vida la que moldea a un ganador. No hizo caso a los comentarios que lo catalogaban de ingenuo ni a las adversidades del destino. Tomó la difícil decisión de dejar el deporte que lo había ilusionado toda una vida, el baloncesto, y luchó como nadie por su sueño. Ahora saborea los resultados.
Lo que le pone más feliz es que lo hará en una ciudad que considera como su casa. Inmersa en el distrito de Columbia y acompañada por las frías aguas del Potomac, Washington ha sido el hogar de Sammis desde que terminara su experiencia en la universidad de Tulane hace dos años. En uno de los polos políticos más importantes del mundo, un chileno decidió vivir una metamorfosis física y deportiva para ser el undécimo sudamericano en llegar a la NFL.
Su transformación mental y personal venía preparándose mucho antes. Reyes comenzó su camino cuando tenía 14 años y se fue de Santiago para cumplir su anhelo de transformarse en basquetbolista. Uno que después de 11 años ha logrado acariciar. Pero el ex seleccionado nacional de la canasta es ambicioso. No quiere solo ver su apellido en la plantilla, quiere salir a la cancha del FedExField y sentir el vibrato de 82 mil espectadores mientras corre con el ovalado entre sus brazos.
De Santiago a Norteamérica
En el trajín propio de una sala de embarque internacional, hay un joven de gran altura, que mira de manera repetitiva a través de los vidrios que lo separan de los pasillos del aeropuerto de Santiago. Es Sammis, que con 14 años se va de su país. Sus familiares lo despiden efusivamente. Él hace lo mismo, pero con tristeza e incertidumbre. No es fácil dejar todo atrás, menos cuando eres un adolescente y debes ir a una nación de gigantes. Una escena que el nuevo Ala Cerrada de Washington recuerda con nostalgia.
“En el momento que miré atrás y ya no los vi, me di cuenta de que había salido de mi zona de confort, pero creo que eso es muy importante. Cuando uno cruza esa barrera es cuando la vida se abre y todo empieza a trabajar para ti. Desde ese momento nunca volví a esa zona, nunca he estado cómodo, siempre me empujo para ir más allá”, comenta ahora Reyes desde su departamento, en la capital estadounidense.
Es una frase que repite mucho cuando habla de sus logros, “salir de la zona de confort”. Algo que cuando se conoce su historia, hace mucho sentido. La aventura en Norteamérica no fue placentera, muchas veces tuvo que luchar y defenderse en un país que define como competitivo e individualista. Aunque aclara que ese roce lo fortaleció.
La primera parada de su periplo comenzó en Miami. Con 14 años fue becado por la Wesley Prep y tuvo que convivir en un equipo donde era el más joven y donde además no sabía ni una pizca de inglés. Alejado de su gente, tuvo que aprender el idioma a la fuerza, motivado por el tablero y su nueva vida. El programa de la preparatoria colapsó y Sammis se quedó sin poder competir. Tuvo que vivir cuatro meses solo en un departamento, mientras sus ex compañeros se iban a otros colegios para poder seguir jugando. Tragó el dolor y la decepción, resistiendo. Sabía que algo bueno venía, que debía seguir adelante.
Pero no era fácil. No tenía computador y solo podía comunicarse con su familia gracias a un celular que le regaló su amigo, y también seleccionado nacional, Sebastián Chapa Suárez. Sammis tenía que ir a una tienda de recarga y pagar diez dólares para poder llamar por veinte minutos a Chile.
Esa lejanía y poca comunicación también le costó dejar atrás muchos de los vínculos que tenía acá. “Siempre ha sido difícil mantener una relación familiar sólida con aquellas personas que no fueran mi padre y mi madre. Pese a que cuando jugaba por la selección podía viajar, nunca tuve tiempo de ir de vacaciones, de poder ir a ver a mi abuela y a mis primos tranquilamente. Tampoco a mis amigos. Fue un sacrificio que tuve que pagar para conseguir algo grande, pero hoy miro para atrás y me doy cuenta de que todo eso vale la pena”, dice Sammis. Y es que luego de ese comienzo turbulento, apareció una institución que le dio un segundo aire.
El equipo viajero Each One Teach One fue su escape. Con ellos volvió a entrenar al baloncesto y a encontrar su lugar para marcar diferencias en la pintura. Fue gracias a esas actuaciones que North Broward High School le abrió las puertas. Entre Boca Ratón y Pompano Beach, la vida de Sammis comenzó a tomar forma. En esos años logró promediar 24,5 puntos por partido y 13,2 rebotes, siendo nombrado mejor atleta de la escuela por dos años consecutivos. Además fue ahí donde conoció a Nicole Kotler, su amiga, confidente y actual pareja.
Pero cuando todo parecía perfecto, llegó uno de los momentos más difíciles de su vida. Una rotura de los ligamentos cruzados en la rodilla puso todo en vilo. Con 18 años, Sammis se dio cuenta de que su sueño podía terminarse de golpe. Estuvo un año sin jugar, ofuscado y dolido. Pero tuvo la suerte de encontrar algo que lo sacó de ese hoyo y que le cambió su forma de pensar para siempre. “La vida me quitó el juego y por primera vez tuve el miedo de no saber si iba a tener éxito en el básquetbol. Pero ahí entendí que la cancha no lo era todo. Me enamoré de la lectura y del emprendimiento. Hubo un libro que me marcó mucho, me lo regaló mi amigo Matías Ahumada, se llama Cómo Piensan Los Campeones, de Bob Rotella”, desvela Sammis, quien añade que uno de sus grandes sueños es tener una pared llena de textos en su casa.
Su categoría favorita es la de fortaleza mental, un apéndice de su vida que ahora trabaja diariamente y que cuando tuvo esa grave lesión comenzó a fortalecer. En el momento más oscuro de su vida, encontró la luz para salir adelante. Como no podía ejercitar su cuerpo, comenzó a trabajar su cerebro. Enfatiza en que lee para aprender de los errores del resto, para así acelerar su curva de aprendizaje.
Siempre tiene la mejora entre ceja y ceja, busca la perfección, ya que asegura que cometió errores en el pasado que le perjudicaron. “Tenía una mentalidad muy diferente a la que tengo ahora. Tenía objetivos, pero no hábitos. Si realmente queremos conseguir algo, tenemos que tener una visión clara de qué queremos y cómo poder lograrlo. Si no hubiese cometido esos errores, quizás hubiese llegado mucho antes a este lugar”.
Pero pese a los errores, ese sueño llegó. Fue mucho después de la lesión, incluso después de haber jugado por el equipo de básquetbol de la Universidad de Tulane. Cuando entendió que la NBA ya no era posible, vio en la NFL su opción de ser un deportista profesional. Adaptarse es parte de la vida y Sammis lo llevó a la práctica.
De la bandeja al touchdown
Cuando el objetivo del fútbol americano se metió en su cabeza, dejó todo de lado para alcanzarlo. Sangre, sudor y dolor. Sacrificio era la tónica de sus jornadas. Primero fue un trabajo de casi un año en Washington, donde prácticamente vivía en el gimnasio. Ocho horas diarias de entrenamiento para adaptar su cuerpo a una nueva disciplina. Ganar fuerza y peso, pero no perder velocidad ni salto. Una ecuación difícil de conseguir, pero que Sammis logró resolver. Su gran soporte en ese momento fue su entrenador Justin Kavanaugh, quien fue clave en esa transformación. Todo esa dedicación se vio reflejada cuando la NFL lo invitó al International Player Pathway Program, un campamento donde los jugadores latinos tienen la opción de ser reclutados por equipos profesionales para la temporada venidera.
Voló a Florida, el estado que lo recibió cuando era un adolescente que soñaba con jugar contra LeBron James, para enfrentar diez semanas de entrenamiento de primer nivel en la IMG Academy. El recinto deportivo, ubicado en Bradenton, es uno de los complejos más importantes de Estados Unidos, donde solo llegan los mejores. Es el lugar de preparación de la mayoría de los atletas olímpicos del país y donde Nick Bolletieri recibió a un joven Marcelo Ríos a comienzos de los años noventa.
Ahí despertaba todos los días a las 6:30 AM. Tomaba desayuno al aire libre y a las nueve de la mañana comenzaba una rutina agobiante y exigente. Charla técnica de una hora y a la máquina de pesas otras dos. De ahí almorzaba y tenía sesiones de entrenamiento que duraban entre las tres y siete de la tarde. Planificaban tácticas y jugadas. Sammis lo aprovechaba a tope, porque sigue siendo un novato en el juego. No tiene la experiencia de años de sus rivales, pero sí la motivación y hambre de un deportista de élite. Después veía sus videos, pasaba horas frente a la computadora analizando movimientos, desmarques y recepciones. Todo para mejorar cada mañana. Estuvo así por dos meses y medio.
No es fácil llegar a la NFL sin haber jugado nunca el deporte, pero tampoco imposible. Reyes se inspira en jugadores como Antonio Gates, Jimmy Graham y Tony González, este último su gran referente. Ese selecto grupo pasó del basquetbol universitario al fútbol americano profesional sin escalas, uno del cual el chileno ya forma parte.
“Era prácticamente levantarse y acostarse pensando en fútbol. Requiere mucha disciplina y sacrificio hacer esa rutina por diez semanas. Es bastante cansador, pero si hay algo que me enseñó USA es que hay que ser competitivo, literalmente el más fuerte sobrevive. Hay mucha competencia y no son tan colectivistas como en Chile, hay que destacar”, reflexiona Sammis.
Fue esa entrega la que lo hizo lucirse en el Pro Day y ser fichado por los Washington Football, actuales campeones de la división NFC. Un equipo que destaca por su línea defensiva (cuarta mejor de la NFL), pero que sigue teniendo una grieta en su ofensiva (28º entre 32 equipos). Para eso llega Sammis, para darle un nuevo aire al ataque de los que hasta hace unos años eran conocidos como los Redskins (pieles rojas).
La confirmación del fichaje fue la mejor noticia para Reyes, quien siempre quiso quedarse en Washington D.C. Tras unos años viviendo ahí, se encuentra pleno. En la capital está su grupo de amigos y la familia de su novia (con quienes mantiene una gran relación tras haberlo acogido en su casa durante su último año de High School). Ahí está acostumbrado, luego de convencer a sus cercanos, a hacer asados todos los fines de semana. Era su casa y no quería dejarla.
Para un trotamundos como él, ya era momento de encontrar su lugar. Los tres años de contrato que tiene, le aseguran que su futuro próximo estará entre Virginia y Maryland. Pero asegura que pese a eso, nunca dejará de sentirse parte del país más extremo del mundo. Su personalidad tomó lo mejor de ambos lados. Eso le permitió ser lo que es hoy, el primer chileno en la NFL. Un camino largo, con dolores, tristezas y alegrías, pero que encontró su recompensa.